Con el regreso de la presencialidad, muchos docentes ponen en duda la necesidad de mantener el teléfono celular en el aula. Pero, como se pregunta el autor de esta columna, no significaría esto un retroceso.
Con la aparición de los smartphones hace algunos años se generó una gran preocupación en el entorno educativo, ya que, si bien facilitaban la comunicación y el acceso a la información, dentro del aula eran vistos como enemigos de los docentes y de los procesos de enseñanza y de aprendizaje. Era tal la mala imagen de los dispositivos, que en la provincia de Buenos Aires se llegó a sancionar la resolución 1728/06 en la que se prohibía el uso de los teléfonos celulares en las aulas.
Esta normativa contemplaba que el uso del celular desconcentra el proceso de aprendizaje y que el acto educativo debía preservarse de esa y cualquier otra desvirtuación análoga, además de asegurar que para cada medio de comunicación existe un espacio propio, dando a entender que la comunicación vía celular no se puede llevar a cabo en el aula. Esta disposición estuvo vigente por diez años, hasta 2016, cuando la cartera educativa bonaerense derogó la normativa y habilitó el uso de algunos dispositivos electrónicos –teléfonos móviles, incluso– por parte de los docentes y los estudiantes, comprendiéndolos como un recurso de interacción áulico. Sin embargo, para que se pudieran usar, era necesaria la aprobación de los directivos de cada escuela en función del proyecto institucional.
En efecto, la incorporación de los celulares al trabajo pedagógico fue enmarcado en la integración de las TIC en el ámbito de la escuela. Desde entonces, hubo varias políticas públicas de índole educativo, como la aprobación de los Núcleos de Aprendizaje Prioritarios (NAP) de Educación Digital, Programación y Robótica en 2018, el programa Conectar Igualdad y Primaria Digital. Lo anterior, con miras a mejorar los procesos de enseñanza y de aprendizaje y a disponibilizar saberes que, si no se trabajaran en el ámbito escolar, se distribuirían de forma desigual, como la adquisición de habilidades digitales por parte de docentes y estudiantes.
Sin embargo, esa transición se fue viviendo de diferentes maneras, dependiendo de las instituciones educativas, las metodologías de enseñanza de los docentes, los grupos de estudiantes, la habilitación por parte de los cuerpos directivos de las escuelas, la postura de los padres y madres y, sobre todo, la posibilidad de acceso a un teléfono inteligente por cada miembro de la familia, que únicamente tienen los sectores socioeconómicos privilegiados.
Con la llegada de la pandemia en marzo de 2020, se modificó de forma radical el uso de los celulares. La comunidad educativa pasó del rechazo absoluto a considerarlo en ciertos casos, como la única herramienta de muchas familias para acceder al derecho a la educación. Entonces, quienes hasta entonces no lo consideraban una herramienta útil para el aprendizaje, en tan solo las primeras semanas de la crisis sanitaria, debieron apelar al uso del celular, a través de las diferentes aplicaciones como WhatsApp, Meet, Zoom o cualquier otra que facilitara la comunicación, siendo la única forma de enviar y recibir tareas y mantener el vínculo entre docentes y estudiantes, debido al cierre de las escuelas.
Claro está que para los estudiantes que cuentan con computadoras y diferentes dispositivos digitales en sus casas, mantener la continuidad del proceso de aprendizaje fue mucho más fácil que para quienes carecen de dispositivos y de conexión a internet. Fue justamente en esos casos, en los que el acceso al smartphone fue la solución más común e inteligente para sortear la coyuntura y mantener el vínculo de los diferentes actores de la comunidad educativa. Según un estudio de Argentinos por la Educación, el 80% de los estudiantes en barrios populares usaron el celular como vínculo con el proceso educativo.
Desde agosto, las diferentes jurisdicciones del país decretaron un regreso a las aulas escalonado y cuidado, conforme a la situación epidemiológica mejorada, fruto de la campaña de vacunación contra el COVID 19 que se viene realizando con éxito en el país. A partir de ese regreso, se ha vuelto a poner en tela de juicio el uso de los celulares en las aulas de clase. Hay varios docentes que reconocen el valor de la incorporación de los celulares como herramienta de aprendizaje en el aula. Sin embargo, son los espacios de formación docente en TIC los que incitan a los docentes a explorar determinadas herramientas, comprender su uso, producir contenidos valiosos a partir de estas y proponer actividades en el aula que incluyan el uso de los teléfonos móviles.
Es una realidad que lo técnico y lo pedagógico deben ir a la par, asimismo que el objetivo del uso de estas herramientas en el aula, debe estar orientado a la intervención pedagógico-didáctica en las propuestas de enseñanza. Entonces, ya no solo se trataría de enviar la tarea por WhatsApp o cualquier otra aplicación, sino del uso de recursos audiovisuales y multimediales que dinamicen y faciliten el proceso de enseñanza, en un contexto en que los chicos no van todos los días a la escuela o no en los horarios habituales, transformando el proceso actual de enseñanza.
Fuente: infobae.com