Leemos noticias cada vez más alarmantes sobre las nuevas posibilidades de la llamada inteligencia artificial (IA) generativa, simbolizada en la herramienta ChatGPT que la empresa OpenAI ha puesto a disposición pública desde noviembre de 2022. Hasta el punto de que algunos gurúes de la IA, como Geoffrey Hinton, o filósofos como Yuval Harari, han reclamado públicamente una moratoria de estos desarrollos para dar tiempo a regular su uso. ¿Son justificadas estas alarmas?
La IA generativa puede crear textos sintácticamente correctos en castellano o en inglés sobre cualquier tema y también puede crear voces e imágenes ficticias. Más aún, puede ser entrenada para clonar las voces y las caras de personas reales y hacerles decir y hacer cosas que nunca han sucedido. Se me ocurren muchos más malos usos posibles de esta tecnología que usos beneficiosos. ¿Deberíamos entonces paralizar estos desarrollos?
Tal vez, podríamos empezar por establecer paralelismos con otros inventos de la humanidad, como podrían ser el automóvil o la manipulación genética. No cabe duda de que un automóvil puede ser usado para atropellar personas o para robar joyerías tras empotrarlo contra un escaparate, pero no por eso han de ser prohibidos. También, mediante ingeniería genética se podrían clonar personas y tal vez en un futuro crear ejércitos de soldados obedientes, pero su uso legal permite generar especies agrícolas resistentes a las plagas, combatir algunas enfermedades y reparar órganos dañados. Obviamente, no todo lo que la ciencia o la tecnología permiten hacer se tiene que hacer, de ahí la necesidad de que cada nuevo invento sea acompañado al poco tiempo de regulaciones específicas sobre cuáles de sus usos deben permitirse y cuáles no. La IA generativa no debería ser una excepción y, por consiguiente, sería necesario desde ahora mismo que las autoridades, legisladores y creadores de opinión tomasen buena nota de las nuevas posibilidades que abre y promoviesen regulaciones para prevenir sus posibles usos abusivos o delictivos.
Me centraré en lo que sigue sobre el impacto que ya está teniendo chatGPT en la educación y que, en mi opinión, debería obligar a los docentes a cambiar una parte de sus estrategias educativas. Esta herramienta tiene toda Internet a su disposición y es muy diestra en crear textos correctamente escritos. Si se le pide, por ejemplo, que escriba un resumen de 1.000 palabras sobre el reinado de Luis XVI, lo va a hacer de un modo probablemente más competente que un estudiante medio. Ya ha habido experimentos de someterla a exámenes de selectividad y ha conseguido aprobarlos con notas de entre 5 y 7 sobre 10. Al poco tiempo de su aparición, se subieron a la plataforma de Amazon cientos de novelas que tenían a chatGPT como autora o coautora. Algunas universidades en Estados Unidos y Asia han prohibido su uso e incluso establecido sanciones si se presentan trabajos generados por ella.
En mi opinión, las actitudes punitivas van a conseguir poco porque es evidente que, si la herramienta está disponible para los estudiantes, estos la van a usar con seguridad. Se trataría entonces de convertirla en una aliada del aprendizaje antes que en una enemiga. No veo ningún inconveniente en que los estudiantes la usen durante el periodo de estudio para obtener de forma fácil información resumida, referencias bibliográficas, o ampliaciones sobre las materias de su competencia. Dada su destreza en establecer diálogos, el estudiante puede usarla como un tutor virtual al que hacer preguntas para así mejorar o completar la información que suministró como primera respuesta.
Las limitaciones de chatGPT son muy evidentes cuando se le plantean problemas que van más allá de la generación de textos coherentes. Por ejemplo, no tiene capacidades de razonamiento lógico ni competencias matemáticas. A veces falla en resolver una simple multiplicación o en suministrar un ejemplo de número primo. También se han constatado numerosas respuestas falsas cuando no encuentra información sobre algún tema o cuando la que encuentra es incorrecta. Ello implica que los usuarios deberían siempre contrastar las respuestas antes de darlas por buenas.
Pero, donde los docentes han de cambiar su comportamiento es en la evaluación del aprendizaje llevado a cabo por los estudiantes. Deja de tener sentido encargarles trabajos para casa o memorias de fin de grado o máster que puedan ser realizadas fácilmente por chatGPT. Se deberían encargar, en todo caso, otro tipo de memorias consistentes en resolver problemas o en razonar sobre lo aprendido. Por ejemplo, en lugar de pedir un resumen del reinado de Luis XVI, se podría pedir al estudiante que se razonara sobre su caída a manos de las fuerzas revolucionarias y explicar cuáles fueron las causas y los intereses en conflicto en la revolución francesa. Debería también ganar protagonismo la evaluación presencial sobre los trabajos escritos. Tendría entonces más peso la defensa del trabajo ante un tribunal y la solvencia mostrada en responder a las preguntas que el texto entregado como memoria.
En resumen, si una herramienta artificial es capaz de resumir y explicar de forma coherente la información disponible en internet, no se debería evaluar a los estudiantes a partir de este tipo de competencia en la que probablemente no podrían competir con éxito con la herramienta, al igual que se ha dejado de evaluar a los estudiantes de primaria a través de la realización manual de multiplicaciones o divisiones de muchas cifras decimales. Claramente, las calculadoras de nuestros teléfonos móviles son más competentes en esa actividad. Lo cual no quiere decir que los estudiantes no deban saber resumir y redactar, al igual que deben saber multiplicar y dividir.
El siglo XXI nos trae de forma acelerada invenciones que amenazan con cambiar nuestra forma de vida. No caben —utilizando las palabras de Umberto Eco— posiciones apocalípticas ni integradas ante las nuevas invenciones. Un invento como chatGPT, ni debe ser demonizado, ni ser reverenciado, ni mucho menos ser ignorado. Se trataría más bien de entender lo que hace, de cuáles son sus cualidades positivas y sus limitaciones y de adaptar nuestros hábitos para obtener el máximo partido de sus beneficios y a la vez protegernos de sus potenciales peligros.
Fuente: Ricardo Peña / lahoradigital.com