Esta semana, colegios e institutos comienzan un curso en el que la IA va a estar en el centro de los debates entre los docentes. Por ahora, la mayoría de preocupaciones van encaminadas al plagio, pero eso es solo una parte.
La vuelta del curso escolar empieza esta semana, pero esta vez con un invitado especial. La irrupción de la inteligencia artificial ha hecho que buena parte del mundo de la educación mire con recelo a la tecnología de moda. La razón está clara: es una herramienta que, a priori, deja en bandeja el plagio de trabajos por parte de los alumnos. Sin embargo, hay otra corriente que tiene claro que eso es solo una parte del debate en torno a herramientas como ChatGPT, y consideran que hay que aprovechar el potencial de esta tecnología para cambiar los métodos de enseñanza y aprendizaje. La gran pregunta es ¿cómo?
OpenAI se ha colado de lleno en este debate. Hace unos días, la empresa creadora de ChatGPT presentaba una guía para profesores, en la que explicaban los distintos usos que se le podían dar a esta herramienta, así como indicaciones para aclarar su funcionamiento, eficacia, sesgos y limitaciones. «Es posible que el modelo no produzca siempre información correcta. Es solo un punto de partida; tú eres el experto y estás al cargo», avisan, recordando que también puede que sus consejos «no sean apropiados para todas las aulas». En cualquier caso, no solo las firmas de IA están defendiendo un enfoque similar.
En realidad, es un asunto sobre el que ya se estaba debatiendo mucho antes del nacimiento de ChatGPT, solo que ocurría fuera de los focos. En 2021, la Comisión Europea pidió a un grupo de expertos de distintos países que desarrollaran unas directrices éticas sobre el uso de la IA en la educación. «Antes de que surgiera todo esto, ya pudimos reflexionar sobre ello», explica Julián Estévez, profesor de la Universidad del País Vasco y único especialista español que formó parte de aquel grupo, en conversación con El Confidencial.
«No solo hay peligro de copiar. También hay muchas aplicaciones donde puede ser de ayuda», defiende, remarcando que ellos marcaron «unas pautas para evitar desastres», como los que afectan a la custodia y acceso a datos personales. En este sentido, cabe recordar que la regulación europea de la IA, que llegará a finales de 2023 o principios de 2024, considera que los sistemas de IA educativos o formativos entran en la categoría de «alto riesgo».
También hay que recordar que en Estados Unidos la reacción fue, en muchos casos, el bloqueo de ChatGPT en las escuelas, tal y como ocurrió en Los Ángeles, Washington, Nueva York, Alabama o Virginia. Una tensión que, con el paso de los meses, se ha ido convirtiendo en adaptación. El pasado julio, la encuesta serial de Impact Research mostró un claro reflejo de esto: un 63% de los profesores estadounidenses de primaria y secundaria aseguraban haber usado ChatGPT. Curiosamente, la cifra era muy superior a la de estudiantes (solo un 42% admitía utilizar la herramienta).
Así puede usarse la IA en educación
Estévez considera que «esto no va de estar a favor o en contra rotundamente», aunque reconoce que los ve «bastante prometedores». Es una inquietud similar a la que mostraron un grupo de profesores británicos al final del pasado curso. A través de una carta publicada en The Times, los docentes advertían de los peligros de la IA, al mismo tiempo que enfatizaban también su potencial beneficioso.
«Las escuelas están desconcertadas por la rapidez de los cambios en la IA y buscan orientación segura sobre el mejor camino a seguir. Pero ¿en qué quién podemos confiar?», decía la misiva, donde también apuntaban que las instituciones «no son capaces o no están dispuestas» a la regulación y que tampoco se fían de que una autorregulación de las empresas vaya a ser favorable a los estudiantes y el sistema educativo.
Tal y como se indica en el informe de la Comisión Europea, la inteligencia artificial puede abordar tanto el proceso de aprendizaje como el de evaluación. «La IA no puede sustituir completamente al profesor, que siempre debe ser quien tenga la última palabra, pero sí le puede ayudar a personalizar con cada alumno sin que aumente la carga de trabajo», apunta Estévez, que concreta que el interés de las instituciones comunitarias pasa más por la adaptación en educación obligatoria que en superior. «Está muy pensado para habilidades básicas y asignaturas comunes que se dan en cualquier país comunitario, como Matemáticas o Lengua, pero al final, es algo que depende de muchas cuestiones, como el número de alumnos, la formación recibida por el profesor o el presupuesto del centro».
«Mis compañeros me dijeron que estaban usando ChatGPT y les había resultado muy útil, así que me animé», cuenta Cecilia, profesora de Física y Química en un instituto madrileño. «Me ha ayudado mucho con algunas tareas, como preparar exámenes. Al final, tienes que redactar muchos problemas y me daba más variedad de enunciados», detalla.
Su siguiente paso es probar a integrar la inteligencia artificial como parte de sus clases. «Quiero hacer actividades de pregunta abierta y que ellos me den una respuesta utilizando ChatGPT, pero haciendo capturas de lo que les ha dicho. Después, tendrían que redactar un trabajo ampliando la información y verificando la respuesta que les ha dado el chat, porque igual es incorrecta», detalla esta docente. Consciente de los riesgos de privacidad, Cecilia apunta que por ahora probará con Bing y no con ChatGPT, donde el registro es necesario. «Solo puedes hacer cuatro preguntas, pero lo bueno es que te indica las fuentes de donde ha generado respuestas, así que les facilita que contrasten», apunta.
La propia OpenAI también ha puesto sobre la mesa los casos de uso de varios docentes. Es el caso de Helen Crompton, profesora de la Universidad Old Dominion, que anima a sus alumnos a que usen ChatGPT como sustituto de una persona, como puede ser «un compañero de debate para señalar las debilidades de sus argumentos, un reclutador que los entrevistará para un trabajo o un jefe que les brinde algún tipo de feedback«.
Entre los posibles usos, también destacan los llamados sistemas de tutorización inteligente, con los que, por ejemplo, se podrían enseñar a hacer distintos tipos de operaciones matemáticas. «La idea es personalizar para el nivel y capacidad de cada uno. El sistema identifica lo que consigues, cómo lo consigues y va ajustándose al ritmo de aprendizaje. Es como si el profesor pudiera dividirse para cada alumno», enfatiza Estévez por su parte, que pone más ejemplos: «En una asignatura digitalizada, la IA puede ser capaz de hacer ilustraciones, esquemas, diapositivas o resúmenes para darlo más masticado a unos que a otros. También se podría crear un chatbot con los contenidos de una materia», continúa, reconociendo que él mismo lo utiliza para su labor como investigador.
«Tiene un potencial peligroso, pero creo hay que entenderla, porque ha venido para quedarse», dice por su parte Cecilia, que considera que se debería usar como una herramienta más. «Si no se integra, ellos la van a usar por su cuenta y pueden hacerlo mal. Es algo parecido a lo que pasa con los móviles. Pueden utilizar apps, pero luego no saben manejar un móvil o moverse por internet», compara.
«El fin no es la IA, sino la herramienta, que debería servir para mejorar el acceso a la educación, ajustarse a necesidades de cada alumno y quitarle trabajo al profesor para ofrecer una atención más personalizada», recopila Estévez. En su opinión, una buena manera de seguir esto en colegios e institutos sería un modelo similar a Moodle, donde «haya una herramienta que utilicen todos los centros educativos y aprendan a usarla».
Como conclusión, este docente e investigador pone la irrupción de la IA en la educación con algo de perspectiva histórica. «Yo soy de un pueblo pequeño y recuerdo que teníamos que ir toda la clase a la biblioteca para coger un mismo libro y responder una pregunta del profesor. Cuando llegaron los ordenadores, ya hubo una disrupción con herramientas como las primeras enciclopedias online, como Larousse. Fue un cambio total», recuerda antes de considerar que es una nueva forma de buscar en el diccionario. «Considerar la tecnología tu enemiga es una batalla perdida. Tienes que pensar cómo integrarla», zanja.
Fuente: Mario Escribano / elconfidencial.com