La enseñanza de la comunicación oral ha vuelto a algunos programas de estudios universitarios, especialmente los relacionados con la educación. Por otra parte, en los últimos años cierta dimensión retórica del coaching ha calado en los entornos corporativos, pero en cualquier caso hay mucho que hacer aún.
La enseñanza formal, sistemática y progresiva de la oratoria es la gran asignatura pendiente del sistema educativo español. Es cierto que la pertinencia de la oralidad ha avanzado en el espíritu y la letra de las leyes educativas, pero la realidad del aula es otra. Por otra parte, y en términos generales, el profesorado carece a día de hoy de la formación necesaria para ayudar a sus alumnos a mejorar sus competencias en comunicación oral.
Tampoco está muy claro, dicho con prudencia y el máximo respeto, que los mismos profesores sean siempre un ejemplo de esas competencias que deben enseñar. Quienes se dedican a la docencia deben prestar especial atención a su condición de modelos en este sentido. Si un docente descuida su nivel de expresión oral no va a incrementar su popularidad ni su cercanía entre los alumnos. Es perfectamente posible expresarse con corrección sin menoscabo de la claridad. De hecho, en términos didácticos es lo deseable.
Quienes se dedican a la docencia deben asumir que hablar bien tiene consecuencias directas y observables en la competencia oral de los alumnos, y quien no lo hace no tiene autoridad para enseñar a otros. Y algo muy importante: esta es una responsabilidad de todos los docentes, y no solo de los que enseñan lengua y literatura. Mientras esto no se entienda no llegaremos muy lejos.
No hay elocuencia sin técnica, y no hay técnica sin constancia
No cabe aspirar a la elocuencia sin un conocimiento aquilatado de las técnicas propias de la oratoria, que ya fueron propuestas con todo acierto por nuestros clásicos grecolatinos. Hablamos de elocuencia, que es la capacidad de decir; no de la locuacidad, que es la facilidad para hablar. La elocuencia es imposible sin una práctica regular, disciplinada y convenientemente evaluada.
La credibilidad de un profesional está directamente ligada a la capacidad de comunicar de forma clara, ordenada y comprometida, y está en juego desde el mismo momento en que abrimos la boca para decir la primera palabra. ¿En qué medida podríamos formar profesionales (y sobre todo personas) con una competencia comunicativa que refuerce su credibilidad? ¿Cuáles podrían ser las bases de un programa formativo adecuado?
En primer lugar, hay que cultivar la correcta lectura en voz alta, habilidad muy poco común y sin embargo muy necesaria: habla mejor en público quien mejor lee en voz alta. Es igualmente fundamental, cuando se habla en público, el dominio de la estructura y la forma del discurso, es decir, una expresión clara y gramaticalmente correcta tanto en el uso de las palabras como en el propio de la voz y la expresión corporal. Tampoco se debe olvidar la argumentación ajustada al tema, al público y a las circunstancias ni el tratamiento adecuado de las preguntas y las objeciones.
Este puede ser el inventario elemental de las técnicas retóricas cuyo dominio debería acreditar todo orador u oradora responsable (y todos somos oradores), y este es también el programa básico de una enseñanza responsable de la oralidad. Huelga decir que hay que adaptarlo progresivamente a las diferentes etapas de la formación, desde la Educación Primaria hasta la formación universitaria.
La oratoria y las nuevas tecnologías
¿Cuántas veces hemos visto en un congreso o en una conferencia a esos ponentes que llenan de texto la presentación que proyectan ante su público y se limitan a leerla literalmente y sin la menor expresividad? Para expresarse en público con corrección, claridad, elegancia y adecuación (las virtudes propuestas hace muchos siglos por Cicerón y Quintiliano, es decir, puritas, perspicuitas, ornatus y aptum), las nuevas tecnologías, cuya utilidad nadie discute, no son imprescindibles.
Tal como nos hace ver Platón en sus Diálogos, Sócrates no necesitaba el apoyo de un ordenador, de un teléfono móvil o de la inteligencia artificial para persuadir a sus interlocutores. Quien se expresa con la necesaria competencia se basta a sí mismo para cumplir con su tarea, y al contrario: la incompetencia retórica sigue siendo evidente por más que se desplieguen los medios tecnológicos más sofisticados.
Las nuevas tecnologías nos aportan herramientas muy eficaces, pero no pueden suplir la responsabilidad comunicativa del orador. Una buena conversación, donde las palabras refuerzan su sentido gracias al lenguaje no verbal (tanto oral, que es el propio de la voz, como el no oral, que es el propio del cuerpo), es mucho más eficaz y gratificante que una conversación impersonal en WhatsApp o en Messenger. Una historia bien contada por un orador entrenado en la técnica de la narración puede ser mucho más persuasiva y sugerente que el entorno virtual más elaborado.
Por otra parte, en los entornos virtuales se debe prestar especial atención a la estrategia retórica, y no solo a la hora de regular el discurso expositivo, sino también al administrar los tiempos y los recursos que facilitan la retroalimentación de los alumnos. La eficacia de la enseñanza en red exige que el docente despliegue las necesarias técnicas y habilidades comunicativas.
No basta, en este sentido y por poner un ejemplo, con ampararse exclusivamente en el chat de un aula virtual: el docente debe habilitar el audio y el vídeo para que el alumno que interviene en tiempo real lo haga con concentración y responsabilidad.
Alexa y la oratoria
La inteligencia artificial puede darnos acceso a un universo ordenado de conocimiento, pero no puede observar la máxima de adecuación (aptum o decorum) para ajustarse personal e inmediatamente a las necesidades del receptor y a sus circunstancias, porque no tenemos constancia, por ahora, de que la inteligencia artificial sea empática ni se rija por criterios éticos.
También se puede pedir a ChatGPT que urda un discurso expositivo (inventándose datos muchas veces, por cierto), y aunque se le pueda encargar que persuada a un interlocutor concreto en función de sus características, no tiene la capacidad de interpretar sus reacciones no verbales en tiempo real.
La inteligencia artificial tampoco parece capaz de emplear falacias (al menos las que exigen la necesaria perversión para su despliegue) ni detectarlas. Está por ver que pueda abordar en tiempo real y con garantías una posible objeción; no digamos anticiparse a ella interpretando las reacciones verbales y no verbales del interlocutor. Y por decirlo con toda sinceridad, mejor que sea así, porque solo pensar en ello resulta desasosegante.
Y por si lo dicho fuera poco, la capacidad de hablar con eficacia y solvencia será especialmente relevante en un mundo en el que la inteligencia artificial pueda adquirir un nivel de desarrollo aún por descubrir. Los profesionales con competencia retórica siempre se distinguirán de los que no la tengan, y en su forma de hablar se proyectarán su personalidad, su compromiso y su capacidad de liderazgo.
Fuente: Santiago Alfonso López Navia / theconversation.com