Una de las cosas maravillosas que se pueden observar en el Museo de la Evolución Humana de Burgos es cómo la evolución de las distintas especies del género Homo se refleja y es, al mismo tiempo, consecuencia de sus distintos utensilios. Cada nueva tecnología, cada nuevo objeto creado para un uso determinado, obliga a la mente humana a adaptarse. Desde el hacha más primitiva a los más complejos artilugios que hemos ido incorporando a nuestras vidas cotidianas a lo largo de la historia, todo nos ha ido transformando.
El teléfono inteligente y la comunicación digital son tecnologías muy recientes. Apenas hace unas décadas que están con nosotros pero ya podemos notar cómo transforman nuestro mundo, nuestras relaciones y nuestras mentes. Y esa transformación se vive en el ámbito educativo de manera intensa.
2024 ha sido un año de debates y dudas respecto del uso del móvil y de internet en el ámbito familiar y educativo. Los datos de empeoramiento de la salud mental en menores coinciden con los años durante los que cada vez más menores, a edades más tempranas, han tenido acceso a internet y redes sociales. La salud mental empeora también entre los conocidos como adultos emergentes, como indican datos recientes de universitarios europeos. Esto lleva a la inevitable pregunta: ¿cuál es el papel del móvil y las redes sociales en este empeoramiento tan llamativo?
Niños que no juegan, adolescentes que no leen
Un tercio de los 288 artículos que hemos publicado en la sección de Educación este año tratan de la relación de las tecnologías y las redes sociales con el bienestar infantil y juvenil y la capacidad de aprendizaje, desde enfoques muy diversos.
Los consensos que se van alcanzando (desde el ámbito pedagógico, psicológico y neurocientífico) apuntan a que es mejor retrasar el uso del móvil lo más posible, porque en el momento en que se tiene móvil, aunque sea con restricciones, los niños disponen de menos tiempo para jugar, para leer y para relacionarse en persona. Para colmo, reciben una avalancha de información que les cuesta gestionar.
Las evidencias que van apareciendo hay que tomarlas con prudencia. Sobre todo porque parece que las tecnologías no afectan a todos los niños de la misma manera: mientras que unos disfrutan de la parte lúdica de este mundo digital sin mayores consecuencias (al menos aparentes), otros sufren ciberacoso, o caen víctimas de trastornos alimentarios, depresión o adicción. Estos riesgos son lo suficientemente serios como para que padres y docentes aprendamos a detectar y gestionar los primeros síntomas y, sobre todo, aprendamos a enseñarles a usar correctamente la tecnología. Es decir: prevengamos las consecuencias negativas antes de que aparezcan.
Algunas familias preferirán prohibir el móvil completamente y ahorrarse cualquier peligro; otras optarán por permitirlo con supervisión, información y mucha comunicación. No hay respuesta única. Hay que ir probando, errando y encontrando lo que se adecúa mejor a nuestras circunstancias. Pero estar alerta es indispensable, como lo es tener toda la información y no dejarse llevar por la presión del grupo.
Limitar sin dejar de preparar
¿Y en las aulas? Las leyes educativas y las directrices a nivel europeo y mundial insisten en la alfabetización digital como uno de los principales objetivos de la educación obligatoria, que es además –o debería ser– la principal igualadora de la brecha digital. Los adultos del futuro necesitan saber no solo utilizar estas herramientas, sino hacerlo de manera consciente, crítica y responsable.
¿Cuándo y cómo enseñamos a los escolares a entender y gestionar la avalancha de contenidos digital? ¿Se puede hacer todo esto y, al mismo tiempo, prohibir a los estudiantes que lleven el móvil a la escuela (o incluso que tengan móvil)? Algunos estudios apuntan a que es imposible concentrarse de la misma manera en clase cuando tenemos un móvil cerca (¡incluso aunque no sea nuestro!). Y hemos entendido que la lectura en pantalla, o la escritura en teclado, son menos eficaces para aprender que la lectura en papel y la escritura a mano. Otros expertos proponen llegar a acuerdos con los propios estudiantes sobre el uso de los dispositivos en el aula.
Los expertos en tecnología pedagógica nos pueden ofrecer decenas de ejemplos de un uso de la tecnología no solo inocuo, sino positivo para el aprendizaje y para ese espíritu crítico que queremos que prevalezca entre las nuevas generaciones. Muchos otros advierten: no toda la tecnología innova ni todo cambio es a mejor.
La prueba más reciente la tenemos en la inteligencia artificial. Rechazarla o prohibirla no está funcionando: los estudiantes recurren a ella para explicaciones, resúmenes y redacciones. Urge que aprendamos a distinguir lo que ayuda al aprendizaje y lo que es un atajo peligroso que perjudica nuestra formación y capacidad profesional futura.
Fuente: Eva Catalán / theconversation.com