¿Se imaginan que el lanzamiento de la bomba sobre Hiroshima se hubiera debido a un error de traducción? Pues es algo sobre lo que se ha especulado bastante: si la interpretación que los japoneses hicieron del ultimátum enviado por los estadounidenses y del uso de la palabra japonesa “mokusatsu” influyó en el devenir de los acontecimientos.
Mucho ha cambiado el mundo de la traducción e interpretación desde 1945. Hoy es posible viajar a Tokio y pedir a Google que traduzca una frase al japonés y nos enseñe a pronunciarla. Como Google Translate, existen numerosos avances tecnológicos que facilitan la labor del traductor e intérprete. Pero ninguno puede, ni probablemente podrá, sustituir del todo el papel del intérprete. Vamos a explicar por qué.
Tecnología y traducción
Uno de los avances más significativos en el campo de la tecnología de traducción es la Traducción Automática Neuronal (NMT, por sus siglas en inglés), que emplea redes neuronales profundas para optimizar la precisión y naturalidad de las traducciones. Esta tecnología ha sido implementada en sistemas ampliamente utilizados, como Google Translate y DeepL, logrando mejoras significativas en la calidad de los textos traducidos.
Otro avance tecnológico es el Reconocimiento Automático de Voz (ASR, en inglés), que permite la conversión del habla en texto en tiempo real, lo que resulta especialmente útil en entornos de interpretación y accesibilidad. Algunas herramientas que lo implementan son Whisper de OpenAI o Dragon NaturallySpeaking, que han demostrado un alto grado de eficacia en esta tarea.
Se trata de avances tecnológicos que agilizan el trabajo de los profesionales de la traducción e interpretación y contribuyen a mejorar la comunicación global en diversos ámbitos.
Sin embargo, el traductor e intérprete humano sabe captar matices del mensaje, referencias culturales, humor, ironía, sarcasmo y otras referencias implícitas o dobles sentidos que se quieren transmitir. Una máquina, sus algoritmos, la información de la que disponga en la base de datos con la que funciona, son herramientas con una limitación para interpretar todos los matices inherentes a la comunicación intercultural.
No es lo mismo ‘ánimo’ que ‘aliento’
Esto ha quedado patente en la última edición de los Premios Goya, la gran gala del cine español. Entre los asistentes internacionales se encontraba Richard Gere, que recibió el Goya internacional de manos de su amigo Antonio Banderas por sus más de 50 años de destacada trayectoria en la industria cinematográfica. El reconocido actor comenzó su discurso con unas breves palabras de agradecimiento en español y continuó en inglés.
Para que el discurso llegara al público español, la organización optó por el subtitulado en tiempo real, hecho por un profesional que, al tiempo que escucha el discurso original, mecanografía los subtítulos, que aparecen inmediatamente en pantalla.
Esta tarea tuvo que hacerse sin contar con un texto proporcionado con antelación y a toda velocidad, algo nada sencillo, ya que el discurso de Gere fue improvisado y estuvo lleno de sorpresas. El resultado contenía errores, omisiones y texto sin traducir. Por ejemplo, lo que Gere agradeció como un “wonderful encouragement” apareció en los subtítulos como un “aliento maravilloso”. En el contexto del discurso, se podría haber recurrido mejor a una palabra como “ánimo” e incluso haber modificado la sintaxis para poder decir, en español, que el premio “era una forma maravillosa de darle ánimos”.
En lugar del subtitulado en tiempo real, se podría haber utilizado otra técnica: la interpretación simultánea, en la que la tecnología juega un papel fundamental.
El rol de la tecnología en la interpretación simultánea
La interpretación simultánea consiste en la reproducción de un discurso en tiempo real en un idioma diferente al del orador. En estos casos, los intérpretes suelen trabajar en una cabina de interpretación o con un equipo portátil.
La investigación académica lleva años contribuyendo a aportar soluciones tecnológicas que faciliten la comunicación multilingüe en diferentes ámbitos.
Nuestro proyecto INNOVATRAD, tiene como objetivo desarrollar una herramienta de interpretación asistida por ordenador que optimice el trabajo del intérprete mediante la creación de glosarios personalizados, la gestión de información y la transcripción precisa de términos, de tal manera que se busca proporcionar un soporte integral que transforme la práctica interpretativa.
Preparación previa automatizada
Esta herramienta permitirá automatizar la preparación previa a un encargo, eliminando la necesidad de realizar estas tareas manualmente y centralizando funciones esenciales en una única plataforma. De este modo, el intérprete podrá acceder de manera eficiente a los términos clave y la información relevante sin depender de múltiples herramientas externas.
Por ejemplo, si se necesita interpretar las palabras de agradecimiento de un actor al recibir un premio en el contexto cinematográfico, la herramienta puede optimizar la precisión proporcionando textos de referencia. Al incluir entrevistas previas del actor, el sistema analiza patrones lingüísticos y genera un vocabulario clave, facilitando una interpretación más fiel y contextualizada del discurso.
Además, durante la interpretación en tiempo real, INNOVATRAD ofrecerá asistencia mediante la transcripción automatizada del discurso, lo que facilitará la comprensión y precisión en la transmisión del mensaje.
Una profesión necesariamente tecnológica
No obstante, esta innovación no pretende reemplazar la figura del intérprete, sino potenciar su labor, garantizando una interacción armoniosa entre la tecnología y la experiencia humana, el reconocimiento de los matices y decisiones contextuales que solo un profesional puede aportar.
Para que este tipo de herramientas puedan ser aprovechadas, también es necesario incorporar módulos tecnológicos en la formación de intérpretes. Ya no se puede imaginar a un intérprete que trabaje sin tecnología y, por lo tanto, es necesario que la formación de grado y posgrado esté actualizada en este sentido.
Fuente: Raquel Lázaro Gutiérrez / theconversation.com