La demanda de perfiles tecnológicos impulsa los ‘bootcamps’, cursos exprés y muy prácticos sobre programación, análisis de datos o ciberseguridad.
El futuro, al menos el laboral, se escribe en código. Y cada vez más el presente. Los perfiles tecnológicos escasean y la demanda es cada vez mayor. Entre las opciones de aprendizaje para llegar a ocupar uno de estos puestos, los bootcamps han cogido impulso en los últimos años. Esta formación exprés, intensiva y práctica lanza al mercado en pocos meses a profesionales muy codiciados, como desarrolladores web, analistas de datos o especialistas en ciberseguridad.
Los bootcamps fueron importados desde Estados Unidos hace algo menos de una década, aunque el 86% se creó en el último lustro, según un estudio de Mobile World Capital. Esta formación, que nació para cubrir de manera rápida la falta de ciertos perfiles, atrae cada vez a más interesados. “La demanda ha ido creciendo, sobre todo porque las empresas han ido aceptando cada vez más al alumni de bootcamp”, dice Valentín Cortés, campus manager de Ironhack, centro que comenzó a impartirlos en 2013.
El mayor reclamo
Es precisamente en la salida laboral donde reside su mayor reclamo, con ratios muy altas de colocación en pocos meses y condiciones laborales atractivas. “Hay un antes y un después del bootcamp en mi vida laboral”, dice Beatriz Sobrino Paredes, que decidió cambiar el marketing y las ventas por la programación a finales de 2019 y realizó uno de estos cursos en Adalab, empresa social cuya oferta es exclusiva para mujeres. Terminó el programa en enero de 2020 y, aunque la llegada de la covid-19 retrasó un poco su contratación, desde abril de ese mismo año trabaja como ingeniera de software.
El cambio no solo fue ventajoso en el aspecto económico, cuenta, también en flexibilidad y armonización con su vida personal. Algo que también destaca Nuria Jiménez Jareño, que hizo un programa a tiempo parcial en Hack A Boss. “Me ha permitido crecer más dentro de mi entorno profesional, ampliar conocimientos y tener una vida laboral que es compatible con mi vida personal”, dice. El pasado junio dejó el trabajo con el que lo había compaginado y en julio fue contratada como desarrolladora front end.
De los bootcamps, quienes los ofrecen y quienes los demandan destacan tres cosas: el tiempo, la práctica y la adaptación a la realidad laboral. Los cursos a tiempo completo oscilan, normalmente, entre las 9 y las 14 semanas, un periodo que puede alcanzar los seis meses si se opta por la modalidad a tiempo parcial. “Están continuamente haciendo un aprendizaje muy práctico, como si fuese un simulacro de lo que se van a encontrar el día de mañana en una empresa”, comenta Pilar González-Esquinas, bootcamp manager de Codenotch.
“Es verdad que es muy intenso. Te despiertas, programas. Te acuestas, programas. Es 24/7, y durante tres meses parece que solo existe el bootcamp”, dice Sobrino. “Pero merece la pena porque también hay muy buen ambiente. También te diviertes”. Ella buscaba, cuenta, un sector en el que poder construir una carrera larga y de aprendizaje continuo y que tuviese una tasa alta de empleabilidad: “Y el bootcamp, digamos, respondía muy bien a esas dos cosas”.
Las personas que se decantan por esta opción son principalmente profesionales que buscan dar un giro a su carrera, recién graduados o perfiles cercanos, en mayor o menor medida, que quieren sumar conocimientos, caso de Nuria Jiménez. Tras 10 años como diseñadora gráfica, cuando llegó la pandemia vio la ocasión de ampliar su formación y profundizar en el mundo del desarrollo. “Fue bastante intenso. Por la mañana trabajaba y por la tarde estaba en clase”, relata Jiménez, que cursó el bootcamp en remoto y que agradece que las clases fuesen muy prácticas. “Esa dinámica y ese flujo de trabajo, de estamos estudiando pero lo estamos aplicando a algo real, se hace mucho más llevadero. Y está todo super enfocado a esa salida laboral”.
No es necesario tener conocimientos previos de programación para hacer uno de estos cursos. Haber pasado por las matemáticas en el instituto sin pena ni gloria tampoco es un impedimento. “Necesitas lógica, que es fundamental”, dice Pablo Rodríguez, director ejecutivo de Hack A Boss en A Coruña. “Necesitas tener pasión por la tecnología; si no, no tiene sentido. Y es recomendable tener cierto nivel de inglés”. Cortés coincide en que no se requiere una formación previa: “Lo único que hace falta es tener una voluntad tremenda y una dedicación importante”.
Eso sí, las escuelas, normalmente, establecen un proceso de selección que incluye, dependiendo del centro, pruebas de lógica, test para ver el proceso de aprendizaje del candidato, el nivel de inglés y entrevistas personales. “Lo más importante es la perseverancia y el esfuerzo para poder aprender. A través de esta entrevista valoramos esto, la motivación, la perseverancia, la capacidad de trabajo en equipo, de comunicación… Otro tipo de habilidades que también son muy necesarias”, dice Inés Vázquez, directora ejecutiva de Adalab.
Si se superan las pruebas, queda una última barrera de entrada: el precio. De media cuestan alrededor de unos 6.000 euros, con bootcamps que rondan los 3.900 y otros con tarifas por encima de los 7.000. Algunos de estos programas cuentan con becas u otras formas de facilitar el desembolso, como la posibilidad de pagarlo una vez que se haya encontrado empleo.
Un puente para reducir la brecha de género tecnológica
El mundo de las TIC es muy masculino. De cada cinco especialistas en España, una es mujer, según datos de 2020 del Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad. Y en lo que a formación se refiere, la brecha se ha ido agrandando. Las alumnas de FP superior de Informática han pasado del 26,9% al 10,1% en menos de 20 años. En Ingeniería Informática, del 30,1% en 1985 al 12,7% en 2019, según un análisis reciente de la Unidad de Igualdad del Ministerio de Educación.
En los bootcamps, de acuerdo con un estudio de Mobile World Capital, parece que se van salvando distancias. En 2020, las mujeres supusieron el 36% de las matriculaciones y se preveía que llegasen al 40% en 2021. Y en este contexto hay propuestas, como Adalab, dirigidas exclusivamente a ellas. “Si las mujeres no empezamos a tener estos perfiles tecnológicos y a desarrollar estas competencias, vamos a seguir teniendo muchos problemas de empleabilidad”, advierte Inés Vázquez, CEO de Adalab. También apunta a la necesidad de crear referentes y de que las mujeres no se queden fuera de un presente y futuro marcados por la tecnología.
Fuente: Natalia Otero/ elpais.com