En clase, nos toca leer en voz alta. Pero cuando miramos la página, las letras parecen estar bailando. Las palabras se mezclan y cada frase se hace cuesta arriba. Nos sentamos a estudiar en casa: intentamos concentrarnos, pero nuestra mente salta de una cosa a otra como si estuviera cambiando de canal sin parar.
Estas situaciones son muy comunes: la dislexia o el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, entre otros, afectan a más del 12 % de los estudiantes en España. A veces pasan desapercibidas, y otras, se confunden con falta de esfuerzo o de interés. En ambos casos, afectan al aprendizaje y a la autoestima.
Los centros educativos y los docentes no siempre pueden ofrecer a los alumnos con dificultades de aprendizaje las adaptaciones que necesitan: la falta de tiempo, personal y formación puede hacer esta tarea muy complicada. La tecnología, en estos casos, puede ser una aliada. Aunque no existen cifras oficiales sobre cuántos centros utilizan inteligencia artificial (IA), cada vez se publican más experiencias y proyectos que muestran su incorporación en el aula para apoyar al alumnado con necesidades educativas.
Desde aplicaciones que leen en voz alta con buena entonación a asistentes virtuales que recuerdan tareas, pasando por programas que hacen resúmenes automáticos o dan explicaciones adaptadas, los sistemas de IA nos pueden ayudar a lograr una escuela más inclusiva.
Una lectura más autónoma
Una de las ventajas más grandes de la IA en educación es que se adapta a cada estudiante. No todo el mundo aprende igual, y estas herramientas pueden ajustarse a las necesidades de cada persona.
Por ejemplo, existen programas como Read&Write o Lector inmersivo, de Microsoft que ayudan a quienes tienen dislexia o dificultades para entender lo que leen. Estos programas permiten cambiar el tamaño de la letra, dividir las palabras en sílabas o escuchar el texto con voz clara, junto a ayudas visuales. Así, leer resulta más fácil y se puede hacer de forma más autónoma.
Esto no solo mejora la comprensión. También ayuda a que el alumnado gane seguridad y autonomía, y a que no dependa tanto de que otra persona le lea los textos o le explique lo que no ha entendido. Además, estas herramientas pueden contribuir a desestigmatizar a quienes tienen dislexia, ya que permiten trabajar con mayor independencia y privacidad, sin necesidad de pedir ayuda constantemente ni de exponerse frente al grupo.
Ayudar a la concentración y la organización
Para estudiantes con trastorno de déficit de atención e hiperactividad, hay aplicaciones que dividen las tareas en pasos pequeños, indican cuándo hacer pausas o ayudan a mantener la concentración. Algunas, como Glean, permiten grabar lo que se dice en clase y luego hacer un resumen. Esto ayuda a repasar lo más importante sin perderse nada.
También se están creando herramientas para quienes tienen discapacidad intelectual. Algunas investigaciones han demostrado que los sistemas de conversación con IA pueden mejorar la comprensión lectora y la comunicación en personas con discapacidad intelectual ligera o moderada. En estos casos, la tecnología sirve de puente entre lo que se enseña en clase y lo que cada persona puede entender.
Beneficios reales… si se usan bien
Estas herramientas no solo hacen más fácil seguir el ritmo de las clases. También pueden ayudar a que el alumnado se sienta más seguro, mejore su autoestima y aprenda con más ganas. Además, muchas ofrecen correcciones en el momento: si te equivocas, puedes corregirlo enseguida. Esto es muy útil para quienes tienen problemas de memoria o de organización.
¿Pero cómo se usan estas herramientas en la práctica? Muchas están disponibles como aplicaciones para ordenador, tableta o teléfono móvil. Algunas tienen una versión gratuita, como Vidnoz, que convierte texto en voz, o Resume.io, que permite generar resúmenes automáticos de textos. Otras, como Avoma, para transcribir clases y reuniones, o Mindgrasp, para crear esquemas y responder preguntas sobre documentos, requieren una suscripción. No es imprescindible tener dispositivos caros o conexión permanente a Internet, pero sí que se necesita acceso básico a tecnología y, sobre todo, formación para usarla bien.
Para que todo esto funcione, no basta con poner tecnología en clase. El profesorado debe estar preparado y saber cómo funcionan estas herramientas, cuándo usarlas, con quién y para qué. La tecnología, por sí sola, no arregla los problemas educativos. Necesita ir acompañada de buenas decisiones pedagógicas.
También hay riesgos
Aunque la inteligencia artificial puede ayudar mucho, también tiene peligros si se usa mal.
Uno de los más claros es la dependencia. Si una persona con dislexia se acostumbra a que siempre le lean los textos, puede dejar de practicar la lectura y no mejorar. La tecnología tiene que apoyar, no sustituir el esfuerzo personal. Para evitar esta dependencia, es fundamental usar estas herramientas como apoyo temporal o gradual, integrándolas dentro de un plan pedagógico que combine el uso de tecnología con estrategias tradicionales de aprendizaje.
Por ejemplo, se puede comenzar utilizando la lectura en voz alta con apoyo digital y, poco a poco, fomentar que el alumnado intente leer sin asistencia, o con ayuda puntual solo en las partes más complejas. También es útil establecer momentos específicos de uso, y otros sin apoyo tecnológico, para que el estudiante ejercite sus habilidades. El acompañamiento docente es fundamental para equilibrar el uso de la herramienta y el desarrollo de competencias propias.
Además, es importante implicar al propio alumnado en la toma de decisiones sobre cuándo y cómo utilizar estas ayudas, reforzando así su autonomía y sentido de responsabilidad.
Otro riesgo es olvidar el lado humano. Ninguna máquina puede sustituir a un buen profesor o profesora. Nadie como ellos para observar cómo va cada alumno o alumna, dar ánimo, escuchar y acompañar emocionalmente. Esto es fundamental cuando hablamos de personas con dificultades de aprendizaje.
Y también hay que cuidar la privacidad. Muchas aplicaciones recogen datos personales del alumnado, y no siempre queda claro qué hacen con esa información. Por eso, los centros deben tener normas claras, informar bien a las familias y proteger los datos de los usuarios.
Una oportunidad para una educación más justa
La inteligencia artificial no va a solucionar todos los problemas de la escuela. Pero, si se usa bien, puede ser una gran aliada. Para eso, las administraciones deben asegurar que todo el mundo tenga acceso a estas herramientas. También es importante apoyar la investigación en contextos reales y, sobre todo, escuchar a quienes tienen más dificultades para aprender, para que también participen en el diseño de estas tecnologías.
En definitiva, la inteligencia artificial puede ayudar a que se cumpla el derecho a una educación de calidad, tal como lo recoge por ejemplo la ley de educación española. Para muchos niños, niñas y adolescentes que se han sentido excluidos, puede ser necesaria para participar, avanzar y aprender en igualdad.
Lo importante no es qué herramientas usamos, sino cómo las usamos para que todas las personas puedan aprender con las mismas oportunidades.
Fuente: Lidia Márquez-Baldó / theconversation.com