Extenuantes jornadas de estudiantes frente a clases online, poca participación de los alumnos, nulos espacios para afianzar los vínculos personales y cátedras poco interactivas son algunas de las problemáticas del nuevo escenario escolar virtual. Desafío que hoy es un tema para los expertos en la materia, quienes sostienen que para lograr una real educación online se debe hacer un cambio rotundo, comenzando con el desarrollo de competencias tecnológicas y el acceso a la conectividad para todos los sectores sociales.
Suena el despertador a las 7.30 y Gaspar Azócar (7) se levanta, toma desayuno y se prepara para su clase virtual. Su sala de clases, a diferencia de otros años, es el comedor de su hogar desde donde se conecta con el resto de sus compañeros de segundo básico. Al otro lado de la pantalla, su profesora intenta pasar la lista entre muchas interrupciones que hacen sus pequeños alumnos que quieren conversar de todo menos de la materia. La clase avanza entre la mala señal de internet, las cámaras apagadas de algunos estudiantes y la frustración de otros por no poder participar. Finalmente, la jornada termina con estudiantes totalmente desconcentrados, sin ganas de estar frente al computador y sin recordar lo enseñado por la docente.
Lo cierto es que la pandemia cambió la forma de educar y aprender en todo el mundo, apresurando la digitalización y evidenciando lo lejos que estamos de una real educación virtual. Una transformación que, según Stefania Giannini, subdirectora general de Educación de la Unesco, ha llevado a un despliegue acelerado de soluciones de educación a distancia para asegurar la continuidad pedagógica.
“Casi de la noche a la mañana, las escuelas y universidades de todo el mundo cerraron sus puertas, afectando a 1.570 millones de estudiantes en 191 países”, señala la líder de la Unesco en el informe Covid-19 y educación superior: De los efectos inmediatos al día después (2020).
La virtualidad acelerada ha traído una serie de situaciones inesperadas, tanto para el profesorado como para los alumnos y padres. No solo ha existido un diferenciado acceso a la tecnología y baja conectividad, sino que también educadores que sobre la marcha han implementado un sistema online.
Una realidad que da a conocer el informe Impacto del Covid-19 en los resultados de aprendizaje y escolaridad en Chile (agosto 2020), realizado por el Centro de Estudios del Ministerio de Salud, que señala que la cobertura de los aprendizajes por parte de los estudiantes que se encuentran en el quintil más bajo es de un 27%, mientras que en el quintil más alto esta cobertura alcanza el 89%.
El estudio revela -además- que el 82% de los estudiantes de establecimientos públicos cuenta con acceso a algún tipo de dispositivo que permite su formación a distancia, mientras que este porcentaje alcanza un 97% en el caso de los alumnos de establecimientos particulares pagados.
Sobre las principales dificultades que ha tenido la enseñanza virtual en Chile, Felipe Alegría, director nacional del Departamento de Pedagogía de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad San Sebastián (USS), dice que no estábamos preparados para ella. Según el académico, “esta modalidad se instaló de forma muy rápida y todos los actores han tenido que aprender en el camino. Además, se suman aspectos como el acceso a internet, disponibilidad de equipos, preparación y manejo en plataformas, entre otros. Este proceso ha evidenciado las brechas que existen en educación respecto de los recursos disponibles y la posibilidad de capacitación. Si bien se han hecho esfuerzos, ha sido innegable que la adaptación ha sacado elementos tanto positivos como negativos respecto de la enseñanza virtual”.
Según los expertos, la implementación de los programas de educación online han tenido una falla de origen: replicar la clase presencial en la virtualidad.
Sobre ello, Jessica Bastías, académica de Educación Diferencial y especialista en el uso de las tecnologías de aprendizaje de la USS manifiesta que “desde que se inició el estallido social, y luego la pandemia, hemos tenido una educación reactiva que no es bajo ningún modo educación virtual o a distancia. Docentes, estudiantes y familias reaccionaron con su mejor intención y con lo que tenían a mano (conocimientos, manejo de competencias tecnológicas, equipamiento, conectividad, disposición y espacios) para suplir lo que hacían de manera presencial y llevarlo a dinámicas virtuales; pero la gran mayoría nunca había tenido una experiencia de educación en esta modalidad”.
La académica es enfática en señalar que “diseñar y ejecutar un programa de educación virtual requiere de un equipo de profesionales que se coordina, selecciona contenidos, diseña trayectorias de aprendizaje atractivas y desafiantes, y donde se decide cuándo y en qué momento el estudiante tendrá actividades asincrónicas y sincrónicas; cuándo será evaluado y cómo serán dichos procesos. En paralelo, se toman muchas decisiones pedagógicas y estratégicas que tiene que ver con la elección de contenidos, diseño de actividades interactivas, atractivas y bonitas para motivar y atraer al estudiante”.
La docente también dice que nuestra cultura hacia las tecnologías y la educación debe cambiar, y ese es un rol muy importante para la futura escuela. “Debemos valorar más una sala o sesiones de videoconferencia en donde los grupos hablen y se rían, resuelvan. Abrir la oportunidad que un estudiante se conecte desde su casa, ocupe su computador para crear, comunicar e investigar. Es importante que a futuro exploremos el uso de ambas modalidades, mejorar la conectividad en la casa y en las escuelas, ya que ha quedado más que claro que todas las instituciones educacionales necesitan de una buena conexión… No puede ser que el profesor o los estudiantes compartan su red para trabajar en la sala de clases”, sostiene.
Fuente: latercera.com