Imagen: Sopa Images ( Lightrocket via Getty Images)/ Un agricultor consulta su móvil en un campo de caña de azúcar de Mato Grosso (Brasil).
Los países necesitan recuperar sus economías tras el paso de la covid-19 y una de las claves está en acabar con los problemas de conectividad de las áreas rurales e impulsar allí la formación en nuevas tecnologías.
La educación es un bien público esencial. Sin una formación de calidad, inclusiva y equitativa, los países no romperán el ciclo de pobreza que deja rezagados a millones de niños, niñas, jóvenes y adultos. Esa certeza cobra aún más relevancia ante el impacto de la crisis de la covid-19. Los países necesitan recuperar sus economías y superar las graves consecuencias causadas por la pandemia. La educación es clave para eso.
Un espacio de actuación impostergable de esta agenda es el de la agricultura, los territorios rurales y su integración con los centros urbanos. La materialización de su potencial requiere de la innovación y la tecnología para disparar círculos virtuosos de crecimiento económico, generación de empleo y reducción de la brecha social.
En América Latina y el Caribe, la agricultura es una actividad central y una de las pocas que se mantuvo activa desde la irrupción de la covid-19. En los próximos años dará otro salto cualitativo, incorporando las ventajas de la digitalización y otros avances tecnológicos.
Se trata de un cambio inexorable que requiere la formación de nuevas capacidades, porque la digitalización de la agricultura puede contribuir a aumentar la oferta y la calidad de los alimentos en el marco de una relación armónica con el medio ambiente.
Para acompañar estos procesos será necesario que la población rural y las nuevas generaciones accedan a una formación adecuada que les permita capitalizar los beneficios de la “cuarta revolución industrial” en los procesos transformadores de la agroindustria.
No es la tecnología per se la que puede propiciar esos cambios, sino el talento humano y las organizaciones, debidamente empoderadas los que permiten desarrollarlos. Por eso, instalada la agenda de la digitalización en la actividad rural, es necesario dar un paso adelante para que la educación permita a la población del ámbito rural asumir un papel protagonista.
En los últimos años, a través de un esfuerzo conjunto, organismos internacionales como el Instituto Interamericano de Cooperación para Agricultura (IICA) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y sus aliados en el sector privado como Microsoft, alertaron sobre la urgencia de atender a los problemas de la conectividad rural y el desarrollo de las habilidades digitales.
En la región latinoamericana y caribeña hay 34 puntos porcentuales de diferencia en el acceso a la conectividad entre los ámbitos urbanos y rurales, y también limitaciones en el desarrollo de las habilidades digitales en la población rural, de la que solo 17,1% cuenta con aptitudes digitales específicas.
En América Latina, además, solamente el 33% de las escuelas dispone de ancho de banda o velocidad de internet suficientes. En el ámbito rural, en ocho de 10 países, son menos del 15% de los centros educativos los que pueden acceder a estas facilidades.
La pandemia ha afectado particularmente a la educación, con el cierre de escuelas y abandono de la escolaridad. Según la Unesco, 3,1 millones de jóvenes, niños y niñas, quedaron excluidos de la educación en nuestra región. Este panorama permite enumerar los desafíos que enfrenta una agenda para la educación rural.
Es prioritario alinearnos con las demandas del futuro e impulsar el desarrollo de la educación agrotécnica. Para ello, es necesario modernizar las instituciones educativas del ámbito rural para formar recursos calificados entre la población joven, favoreciendo el arraigo, los vínculos con los sectores productivos y el desarrollo integrador e inclusivo de los territorios y su población.
Tenemos que formar a los líderes que transformarán nuestros sistemas agroalimentarios. Por eso, brindar mejores oportunidades mediante una formación de excelencia en las escuelas agrotécnicas debe ser prioritario.
Este es el camino para sentar las bases de una nueva ruralidad: mejor educación, conectividad plena y una población preparada para un uso intensivo e inteligente de las nuevas tecnologías, para consolidar a los territorios como zonas de oportunidades y motores del desarrollo económico.
Fuente: Manuel Otero, Director IICA/ elpais.com