El Estado y las instituciones educativas han sido desbordadas por la globalización ampliada, en lo que parece una transferencia de la gobernanza a grandes corporaciones tecnológicas que se expanden sin límites, ocupando el lugar de las grandes decisiones.
«Una institución obsoleta que incorpora computadores, se transforma por ese acto, en una institución obsoleta con computadores”. Horacio Godoy , 1986.
Pensar políticas educativas abrevando sólo en ciencias establecidas, bloquea el debate político. Sobre los desafíos para la educación nacional en un contexto de globalización 2.0, propuse desarrollar la inteligencia colectiva como objetivo de la educación y el Covid-19 aceleró la transformación digital y la adopción de tecnologías potencialmente disruptivas.
Desde ahora, niños y adolescentes estudiarán en un mundo más global que aquel que imaginaba el progreso como permanente e inevitable y pusiera en riesgo el ambiente; minimizando sus perspectivas de vida.
La riqueza presentada como progreso global ahora revela su contra-cara: la desigualdad, el conflicto social, y una brecha generacional creciente que hace cada vez más difícil acceder a las funciones sociales básicas: educación, trabajo, salud, vivienda, sanidad y seguridad.
Durante la epidemia fue un lugar común señalar la importancia de la educación como salida de las crisis desatadas por aquella. Pero en los hechos, el debate se redujo a presencialidad o “a distancia”, sin poder superar los problemas actuales y por ello fue pobre y carente de imaginación y propuestas.
Faltó evaluación de lo transcurrido, y capacidad crítica para discernir lo importante de lo accesorio, lo verdadero de lo falso, la información necesaria de la obsoleta.
La educación no se instala en el vacío, sino que se inserta en un espacio y tiempo determinados. Los que difieren geográfica, económica y culturalmente, y es adecuar la primera a su contexto lo que determina si una educación cumple su función social.
El reduccionismo de la política educativa se limitó al acceso y disposición de computadoras. Con una docencia y un alumnado no preparados, se optó por reducir los contenidos a un mínimo común, desconociendo el potencial de información e investigación que tiene ese instrumental, en otro ejemplo del “síndrome USTED” -Uso Subdesarrollado de Tecnologías Desarrolladas, que sufren nuestras sociedades; ignorando que el conocimiento social general deviene fuerza productiva inmediata.
En la era del conocimiento, impulsada por la información y la innovación, vale preguntarnos: ¿la educación se centra en desarrollos históricos antes que en desafíos del futuro?
El análisis de la relación entre conocimiento, tecnología y trabajo puede iniciarse con el hecho que el conocimiento (adquirido vía educación), la tecnología (no toda) y el trabajo, se vinculan con el progreso o el bienestar, pero también con la desigualdad.
Esta relación existió siempre, pero es indudable que quien mejor domine esas tecnologías tendrá más potencial que aquellos con una menor educación tecnológica, y ello exige un sistema de actualización urgente y permanente de las currículas.
El Estado y las instituciones educativas han sido desbordados por la globalización ampliada, los algoritmos y la infraestructura técnica; en lo que parece una transferencia de la gobernanza a grandes corporaciones tecnológicas que se expanden sin límites, ocupando el lugar de las grandes decisiones. Google ofreció en 2020 un posgrado a realizar en seis meses, equivalente a los universitarios, por solo 300 dólares. Estas grandes corporaciones no debe rendir cuenta a nadie y pueden ser potencialmente factores de perturbación de la sociedad y el propio Estado.
Un enfoque sistémico de la educación puede señalar componentes esenciales: alumnos, familias, docentes, infraestructura, tecnologías, contenidos, programas, currículas. En conjunto su evolución es lenta, y en general presentan una reducida vinculación con los contextos: solo el local, con poca o nula articulación internacional, regional o global.
La velocidad de innovación de los componentes es muy diferente, la tecnología y los alumnos se actualizan casi en tiempo real; docentes y familias de modo más lento; la infraestructura es prácticamente estática, y aún mas resistentes a la actualización son contenidos, programas y currícula.
Un informe del “Economist Intelligence Unit”, señala que el 58% de los profesores acuerdan en que sus estudiantes suelen tener una comprensión más avanzada de la tecnología que ellos.
Urge la transición del control docente a una tarea no menos importante: liderar el cambio de la educación. Pasar del enciclopedismo a un enfoque pleno de futuro: alfabetización digital, matemáticas, ciencias, tecnología, ambiente, arte y cultura, donde la investigación y los proyectos desplacen la memorización forzada. Utilización a pleno de los recursos en la nube como columna axial del aprendizaje.
Asimismo reconocer la internacionalización como componente básico del estudio y la investigación, la práctica del aprendizaje cooperativo como medio indispensable para el desarrollo de una fuerza laboral con proyección global.
Los jóvenes, con pocas excepciones, desconfían de los sistemas políticos, económicos y sociales actuales, pero no tienen otra opción que un sistema educativo anclado en la pasado, para forjarse su propio camino.
Es imperativo una revisión profunda de todos sus niveles, duración, contenidos, modalidad y roles de los actores educativos.
Fuente: losandes.com.ar
Autor: Miguel Ángel Gutiérrez