Resignificar el aula, ese espacio vital donde se produce la magia del proceso de enseñanza y aprendizaje se torna el principal requerimiento para los docentes en esta incesante etapa de transición escolar, donde todo lo que nos resultaba familiar cambió: solo han quedado vestigios y recuerdos de un sitio que en algún momento fue “normal”, impregnado de una emoción particular que fue la protagonista de diversas historias de esfuerzo, alegrías, tristezas y superación.
Hoy, tanto educadores como estudiantes nos resguardamos en nuestro espacio áulico con un pacto sellado por miradas nostálgicas que no precisan palabras para evocar un pasado que fue mejor, menos distante y doloroso. Forjamos la construcción de nuestra identidad en los entornos que a diario frecuentamos, es por ello que la escuela se convierte en hogar y refugio para nosotros.
Promover el aprendizaje significativo de nuestros alumnos implica tener en cuenta sus diversas características e inquietudes formativas, como así también la reorganización del espacio, vinculado con nuestros objetivos pedagógicos: ¿Qué precisan aprender? ¿De qué manera? ¿Qué tipo de actividades y temas los motivan? Estos, entre otros interrogantes, determinarán parte del éxito de nuestra propuesta educativa donde el concepto de hiperaula comienza a cobrar fuerza y relevancia.
Una hiperaula es un espacio amplio, abierto y flexible que permite llevar a cabo varias formas de enseñanza y aprendizaje: desde la presencialidad y la virtualidad, hasta la co-docencia y el trabajo por proyectos. En función de las metodologías que se deseen implementar, el salón deberá reconfigurarse para posibilitar tareas individuales, en equipo, como así también cualquier organización temporal (no fragmentada ni simultánea) dentro y fuera de la escuela.
En este contexto, es fundamental promover la creatividad de los estudiantes: un ápice bastante olvidado de nuestro sistema educativo, el cual según el escritor y especialista en educación británico Ken Robinson, está aniquilándola, quitándole a los estudiantes el poder para encontrar su elemento, es decir, la razón de ser de un individuo, el punto de encuentro en el cual confluyen las habilidades innatas y los gustos personales, fortaleciendo la identidad y optimizando el bienestar personal.
La educación actual tiene que construir contextos hipermediales que promuevan eficazmente la transición de la presencialidad a lo digital, incorporando una hiperrealidad (virtual, aumentada, inmersiva, 3D, simulación) cada vez más verosímil y aproximada a la realidad misma, cimentando un creciente potencial de aprendizaje donde se lleve a cabo un proceso de ideas que aporten valor a la sociedad.
De este modo, el educador se convierte en el diseñador de entornos, experiencias y trayectorias formativas, facilitando diversos e interactivos saberes, accediendo además a la oportunidad de contar con un co-docente o un micro equipo que colabore con los materiales y actividades propuestos, fomentando el aprendizaje personalizado y empoderando al alumno para convertirlo en el protagonista de su proceso instructivo.
Tal vez el punto de inflexión con respecto a este enaltecido hiperespacio (que se está comenzando a utilizar en algunas instituciones educativas del mundo) consista en reconocer las adversas realidades que se vislumbran en distintos lugares de Argentina y de otros continentes, donde el aula, en muchos casos, se configura como un espacio reducido o bien, las clases se brindan en lugares abiertos (sin que exista el concepto de “aula” propiamente dicho), con lo cual la enseñanza se imparte “donde y como se puede”.
En esta modernidad impregnada de tanta incertidumbre, tengo la firme convicción de que los docentes seguiremos utilizando nuestra alta entropía para distinguir cuál es el escenario más adecuado que impulse una formación integral en nuestros estudiantes, ya que no solo es el espacio sino también las personas que habitamos en él, las que generamos experiencias de vida inolvidables.
¿Comenzamos a transformar el aula que ya conocemos para generar la magia de la educación que queremos?
Fuente: infobae.com
Autora: Cecilia Frontera