La autonomía universitaria es una condición necesaria para que la universidad cumpla su misión social
En la era digital, la irrupción de la inteligencia artificial (IA) en la educación superior ha generado transformaciones profundas en la forma en que se enseña, se investiga y se gestiona el conocimiento. Aunque estas tecnologías ofrecen avances significativos, también plantean interrogantes cruciales sobre el futuro de la autonomía universitaria, especialmente en modelos inspirados en la tradición humboldtiana, donde la libertad académica, la independencia institucional y el pensamiento crítico son pilares fundamentales.
Preservar la autonomía en este nuevo contexto requiere, antes que nada, una apropiación crítica de la tecnología. No se trata de rechazar la IA, sino de decidir conscientemente cómo y con qué objetivos integrarla. La universidad debe mantener el control sobre los fines pedagógicos y científicos, evitando que la lógica de la automatización y la eficiencia imponga criterios externos —como los del mercado o de grandes corporaciones tecnológicas— en sus procesos formativos y de investigación.
Uno de los riesgos actuales es que la toma de decisiones se desplace hacia sistemas algorítmicos opacos, que evalúan, clasifican o recomiendan contenidos sin una comprensión profunda del contexto académico. Este tipo de automatización puede erosionar la libertad de cátedra, limitar la diversidad metodológica y estandarizar el pensamiento, afectando directamente la esencia plural de la universidad. Por ello, es imprescindible que las universidades conserven su capacidad de diseñar sus propios criterios educativos y definan los límites éticos del uso de estas tecnologías.
La participación activa de la comunidad universitaria también es esencial. Docentes, estudiantes, investigadores y personal administrativo deben ser parte del debate sobre el uso de la IA. La autonomía no se ejerce sólo desde las autoridades, sino desde una gobernanza colectiva, basada en la transparencia y el consenso. Esto implica abrir espacios de diálogo interdisciplinario donde se analicen no solo los beneficios técnicos, sino también los impactos sociales, culturales y epistemológicos de la IA.
Además, preservar la autonomía exige invertir en capacidades propias. Las universidades deben fortalecer sus áreas tecnológicas, desarrollar plataformas propias y formar profesionales capaces de crear y adaptar soluciones con un enfoque ético y pedagógico. La dependencia de proveedores externos no solo limita la soberanía tecnológica, sino que también puede comprometer la privacidad de datos y el control sobre las decisiones académicas.
Finalmente, es clave recordar que la autonomía universitaria no es un privilegio, sino una condición necesaria para que la universidad cumpla su misión social. En tiempos de algoritmos y automatización, su defensa no consiste en aferrarse al pasado, sino en construir un futuro donde la tecnología esté al servicio del pensamiento libre. Preservar la autonomía en la era de la IA significa asegurarse de que la universidad siga siendo un espacio de crítica, creación y transformación, guiado por principios humanistas y no por lógicas impersonales.
Fuente: Silvana Pareja / elmontonero.pe