El término de alfabetización digital no es reciente. Desde los años 80 y 90, cuando las computadoras personales empezaron a ser accesibles para las organizaciones y para algunas sociedades, se entendió la necesidad de capacitar a las personas en su uso. Inicialmente, las habilidades requeridas estaban orientadas al uso de herramientas de oficina: procesadores de texto, hojas de cálculos, a recibir y enviar correos electrónicos, a conectarse a internet y a navegar entre páginas web. Hoy día, el avance de la tecnología exige el manejo de estas habilidades y muchas más.
La primera definición de alfabetización digital fue expresada por Paul Gilster (1997) como “la capacidad de comprender y utilizar información en múltiples formatos de una amplia gama de fuentes, cuando se presenta a través de computadoras”. Con el pasar del tiempo y el indiscutible avance de la tecnología, se han añadido variaciones y mejoras a este concepto, identificando tres principios claves que permiten la validación de esta: habilidades y conocimientos para acceder y utilizar una variedad de dispositivos de hardware y aplicaciones de software; habilidad para comprender y analizar críticamente el contenido y las aplicaciones digitales, y capacidad para crear (ideas, conceptos, artefactos), utilizando la tecnología digital.
Evidentemente, la alfabetización digital implica mucho más que la simple capacidad de utilizar software u operar un dispositivo tecnológico; incluye una gran variedad de habilidades cognitivas, motoras, sociológicas y emocionales, que los usuarios necesitan para funcionar eficazmente en estos entornos digitales. En pocas palabras, la alfabetización digital requiere de habilidades varias que permitan a las personas empoderarse de las bondades de la tecnología y del acceso a la información para mejorar su calidad de vida: informarse, estudiar, emprender, innovar, transformar datos, desarrollar pensamiento crítico, etc. (mucho más allá del entretenimiento o la comunicación).
En este punto es importante aclarar que la alfabetización digital no es un tema que afecte a una generación en específico. Aunque los “nativos digitales” están mayormente familiarizados con el uso de dispositivos tecnológicos, no necesariamente han desarrollado las habilidades para completar una verdadera alfabetización digital.
Justamente, esta misma pandemia ha ocasionado que los países y las empresas hagan un uso más intensivo de lo digital para regresar a un escenario lo más parecido a la realidad. Por ejemplo, el gobierno panameño ha apresurado su estrategia de digitalización de trámites, y las empresas (grandes y pequeños) están fortaleciendo o implementando alternativas de ventas y servicio a través de plataformas de comercio electrónico y redes sociales, para llegar a los consumidores.
El escenario ideal, dado el futuro incierto, es que estas estrategias digitales funcionen en su totalidad y a la mayor brevedad. Sin embargo, si estas estrategias no van acompañadas de una alfabetización digital cónsona, pudiéramos estar ampliando la brecha digital, que no es más que la separación entre las personas que utilizan las tecnologías en su vida diaria y aquellas que no, ya sea por falta de equipos tecnológicos, acceso a internet o desconocimiento de lo tecnológico.
Panamá, con un porcentaje de penetración de internet del 70%, y una penetración móvil que, según las estadísticas, permite a dos tercios de la población el acceso a servicio de banda ancha, “parece” cubrir los elementos tecnológicos básicos para que los usuarios avancen hacia una sociedad digital. Estos números ponen a Panamá como uno de los países más tecnológicos de la región; sin embargo, en la práctica, la pandemia ha hecho evidente lo grave de la brecha digital.
Hace falta, entonces, a la par de la transformación digital del Estado y las empresas, incorporar políticas públicas claras que consideren la alfabetización digital de los ciudadanos, a través de estrategias de capacitación y desarrollo de habilidades digitales a todos los niveles, para lograr una sociedad participativa y empoderada, pero sobre todo más equitativa.
Fuente: Karla Arosamena /prensa.com