La llegada de la inteligencia artificial ha puesto en jaque todos los modelos educativos. El paradigma actual del proceso de enseñanza-aprendizaje se ha visto cuestionado y son muchas las voces que han apostado por la necesidad de integrar todo lo que la IA ofrece en la formación de los estudiantes, desde la educación básica a la educación superior.
Esto se debe a que la IA dispone de múltiples funciones con utilidad en el aula. Permite generar conocimiento, revisar bases de datos, diseñar herramientas para la difusión de conocimiento, transferir los contenidos entre múltiples idiomas… Pero también realizar de manera automática una de las tareas más complejas a las que se enfrenta el alumnado una vez accede a la etapa universitaria: la escritura de textos científicos.
El reto de la escritura académica
A pesar de que la escritura es una competencia que se trabaja desde edades tempranas, escribir un texto académico exige un conocimiento que va más allá. Los estudiantes tienen que familiarizarse con los modos de comunicación de una comunidad discursiva nueva y ello implica identificar las características lingüístico-discursivas de los géneros que se producen en las diferentes disciplinas.
Además, la escritura es el medio a través del cual se miden, principalmente, los conocimientos de los estudiantes (trabajos, informes, reseñas, exámenes escritos). Como consecuencia, sirve para medir el éxito o fracaso en la adquisición de las competencias.
Este reto no está exento de dificultades y eso ha llevado a que haya un uso cada vez más extendido de la IA para dar respuesta a las tareas académicas. Frente a ello, desde la mirada de los docentes académicos se cuestionan las consecuencias que esto puede tener en la formación eficaz del alumnado.
Consecuencias del empleo de la IA para las tareas escritas
Uno de los aspectos que primero salen a la luz es el que tiene que ver con la integridad académica. Si el plagio ya era objeto de debate, la dificultad para identificar de quién es la autoría de los textos multiplica los interrogantes.
A pesar de la velocidad a la que se generan herramientas, todavía no existen recursos digitales fidedignos que permitan reconocer qué parte del texto es auténtica y qué parte está generada de manera artificial. Por tanto, emplear estos recursos también tendrían que implicar enseñar a los estudiantes que tienen que ser responsables de los productos que generan.
De la misma manera, surge un problema que tiene que ver con la naturaleza propia de la escritura académica, que tiene como finalidad última la génesis de nuevo conocimiento. Para lograr ese objetivo, es necesario seleccionar las fuentes fidedignas preexistentes, contrastarlas y articular un discurso a partir de ellas.
En este sentido, los textos generados por la IA son fruto de una ingeniería predictiva que produce aquellas palabras o ideas que son más probables. Y probables no es sinónimo de reales. Además, las citas que aparecen no tienen por qué ser auténticas, lo cual resta credibilidad al discurso que se está creando.
También es importante tener en mente que, cuando proporcionamos datos a la IA para que genere un texto, estamos regalándoselos. Todo el input y output de herramientas como chatGPT queda almacenado.
Los datos podrán reutilizarse con nuestro total consentimiento incluso para usos comerciales. Las brechas de seguridad en este sentido también son cuestionables desde una mirada ética en el ámbito académico.
La función epistémica de la escritura
Por último, existe una dimensión igual de importante que afecta no solo a la escritura académica, sino al acto en sí de escribir y es que este tiene una función epistémica. Escribir es pensar, razonar, desarrollar, estructurar y transformar conocimiento.
Un estudiante que no escribe no piensa, no comunica ideas, ni dialoga con su propio pensamiento. No olvidemos que, al escribir, se activan múltiples procesos cognitivos que conectan con la memoria a corto y largo plazo. Por tanto, al delegar la tarea de escribir en una máquina, los estudiantes pierden la habilidad de regular su pensamiento.
En definitiva, parece incuestionable que los estudiantes deben ser ciudadanos digitalmente competentes y que la tecnología tiene que ser una herramienta para conseguir que sus aportaciones a la sociedad sean más enriquecedoras. Por el contrario, la IA no pueden contribuir a que los estudiantes tengan más recursos para eludir el esfuerzo que se espera de ellos y ellas.
Fuente: Mari Mar Boillos Pereira / theconversation.com