Imagen: Una niña de nueve años juega con un teléfono. Carles Ribas (EL PAÍS)
Su educación digital es progresiva y comienza el primer día que nos ven relacionarnos con los dispositivos. Lo que la evidencia científica nos cuenta es que el acompañamiento es clave.
Siempre que vienen los Reyes me imagino una banda sonora en la ciudad compuesta de ilusión y papel de regalo rasgado. Allí donde hay preadolescentes y adolescentes, el envoltorio de colores probablemente cubra una caja rectangular, silueta inequívoca de teléfono móvil (si no lo tienen ya). La pregunta de la edad ideal es un clásico, y la respuesta es un depende con mil matices. Mientras resolvemos la incógnita del momento adecuado (si es que hay alguno universal) la realidad se impone: el primer móvil propio es un símbolo del rito de paso a la vida adolescente. Digamos que lo extraño es llegar a la ESO sin él, aunque depende del barrio.
La semana pasada publicaban el Anuario Estadístico de Cataluña, incluyendo el uso de TIC en menores de 10 a 15 años. En global, un 70% de menores entre 5º de primaria a 3º de la ESO dispone de móvil propio. De hecho los porcentajes varían mucho en función del nivel de ingresos: destacan las familias de ingresos medios, donde más del 75% de menores entre 10 y 15 años disponen de un móvil particular, mientras que las familias de ingresos bajos (por debajo de 1.600 euros al mes) e ingresos altos (por encima de 3.000 euros mensuales) apenas rozan el 63%. Las primeras porque tienen otras prioridades, las segundas porque a menudo despliegan concienciadas estrategias educativas. En los hogares que ingresan menos de 900 euros mensuales, el porcentaje cae al 30%. Que uno de cada tres adolescentes disponga del dispositivo nos da cuenta de cuán importante es, incluso cuando la situación material del hogar es de supervivencia.
Vemos también diferencias por género, y es que hay más niñas con móvil (70% de ellas versus el 59% de ellos, y no tenemos datos de otras identidades de género). Una lectura es que ir al instituto a menudo implica ir por la calle en solitario; y a igual edad, hay un factor extra de protección hacia las chicas. Socialmente, asumimos y reproducimos que el mundo es más peligroso para una jovencita sola. Ahí en el bingo para familias siempre pregunto qué parte del móvil es porque nos lo piden y cuál nos satisface la necesidad de control y protección desde la distancia. Otro dato a destacar es que en los hogares con un progenitor e hijos roza el 100%. Se incluyen familias monomarentales o monoparentales y familias divorciadas, donde la función de comunicación directa con el menor es clave.
Estos datos coinciden con las tendencias a nivel estatal y en países cercanos. Lo que no recogen estos datos son los caminos que conducen a una buena alfabetización digital. Tanto si se avanzan como si lo retrasan, las familias suelen estar llenas de dudas sobre cómo esta decisión afecta a la socialización. Para más inri, arrancábamos la semana con una entrevista a Jordan Shapiro, experto en educación digital. En ella afirmaba que dar un móvil a los 13 años es tarde, lo que ha causado bastante revuelo y comentarios. En cierta manera estoy de acuerdo con él, porque hay muchísimas formas de “dar” ese móvil y de acompañar la introducción al mundo digital.
Primero, el aparato no tiene por qué ser nuevo ni costar casi tanto como el salario mínimo profesional. Segundo y quizá más importante: su educación digital es progresiva y de hecho comienza el primer día que nos ven relacionarnos con los dispositivos. Después llega el momento que les plantamos delante el móvil o la tableta para que vean dibujos y de ahí vamos evolucionando a juegos y aplicaciones; cuando llegan los deberes del cole aparece el ordenador y así sucesivamente. Su vida digital también es la identidad virtual que les hemos creado colgando fotos sin freno de todas sus primeras veces o tantas otras situaciones graciosas.
Lo que la evidencia científica nos cuenta es que el acompañamiento es clave. Ya podemos poner softwares de control parental o límites de tiempo, que si no creamos espacios de ocio y aprendizaje digital compartido, estaremos perdiendo oportunidades de ofrecerles contexto, ejemplos, confianza y comunicación. Eso requiere artefactos sofisticados como la atención y la escucha. Ahí tiene razón Shapiro: si queremos empezar a hacerlo cuando les damos un móvil de uso exclusivo, chocaremos con sus límites. Los puentes que no hayamos construido entonces serán difíciles de sostener. Quizá los Reyes Magos, además del regalo, nos echan una mano con una plantilla para un contrato familiar de uso. Y así, después de rasgar el bonito papel, podemos sentarnos a concretar los cómos, los cuándos y los porqués de los hábitos digitales de nuestra familia.
Fuente: Dra Liliana Arroyo/ elpais.com
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